domingo, 25 de marzo de 2012

Punto de vista o vista a partir de un punto: música y sociedad

Algunos dicen que sin la música la vida sería un error, pero yo digo que a veces preferiría ser sordo que escuchar aquellas boludeces melómanas”, declamaba con sabiduría el primo de Beethoven. En efecto, es verdad que si muchos sostienen el papel positivo de la música sobre la juventud y más bien sobre el desarrollo del gusto artístico, otros subrayan su rol nefasto en las elecciones de nuestros adolescentes.

Para investigar a fondo este tema tan preocupante y polémico, la Mostaza y yo nos disfrazamos de adolescentes para comprender sus vínculos respecto a la música. Tuvimos que, en un primer tiempo, cambiar de look para poder mezclarnos en las tribus adolescentes sin llamar demasiado la atención. Después de una parada obligatoria en la peluquería y en una tienda de trapos que el vendedor calificaba de “Underwear”, “Underground”, “Fashion” con un entusiasmo apenas fingido que rozaba una homosexualidad mal vivida, salimos con determinación para enfrentar ese nuevo trabajo de terreno.

Para nuestra primera observación que llamaremos “Mauricio”, decidimos compartir un día con un grupo de adolescentes. Primera constatación: es difícil entrar a una tribu sin conocer posteriormente sus costumbres. En efecto cada grupo tiene su forma de moverse y de pensar. Por suerte, nuestro look wachiturresco que mezclaba la ligereza del flogger con la virilidad cumbiera nos permitió engañar, con nuestro brío habitual, a los adolescentes absortos en sus charlas llenas de mediocridad y de incultura manifiesta.

Gracias a nuestra primera observación pudimos constatar que, en los lugares públicos, la música es, para los adolescentes, una señal social fuerte que tiene como objetivo indicar, de manera ruidosa, su presencia. En efecto, que sea en una unidad de transporte público o en un espacio abierto, los adolescentes afirman sus inclinaciones gracias a la música. Y para llegar a tal fin, utilizan artefactos originales para asegurarse de poseer el volumen más alto. Al igual que dos niños que comparan los poderes de sus robots o de dos gauchos que comparan su virilidad a través de la velocidad máxima de sus camionetas, los adolescentes miden su impacto social con el volumen de sus celulares o de sus MP3 (4,5,6,…) segurísimos de que a la gente presente en el momento en cuestión le simpatiza los ritmos enfermizos y las voces de pitos que salen con vulgaridad de los parlantes patéticos de sus celulares fabricados en China.

Si bien constatamos que los adolescentes son los garantes de la mala educación y de los pocos modales, nos sorprendió la práctica de tales actividades sociales en otros estratos de la población. El cerebro de un adolescente, como bien se sabe, está compuesto por 47% de agua, 22% de deseos sexuales reprimidos, 14% de oraciones, 11% de intolerancia, 59% de internet y de televisión y 96% de pura paja, sea sexual, intelectual, cultural o deportiva. Por consiguiente, no nos llamó demasiado la atención el uso no correcto de los auriculares de los reproductores de música por parte del elenco de sujetos de “Mauricio”. Además de querer centralizar las miradas y compartir sus intereses, la música es una forma de reivindicar su existencia.

Ahora, si la actitud chocante de los prepuberales tiene algunas justificaciones, la misma actitud por parte de adultos supuestamente responsables nos hizo repensar los fundamentos de nuestra investigación científica. Después de otras observaciones prolongadas en lugares públicos abiertos justamente reservados al público, llegamos a la conclusión que, para citar a la Mostaza, “a cada uno le chupa un huevo de saber si hay gente a su alrededor, actúa como si estuviera solo”. Para ampliar las sabias conclusiones de la Mostaza, decidimos interesarnos en las aplicaciones del individualismo como respuesta a la sociedad capitalista de consumición.

Desgraciadamente, nos dimos cuenta después de varios estudios que el individualismo y la sociedad capitalista no tenían nada que ver con nuestro problema.

En efecto, lo que padecen los adolescentes y de una manera más amplia, la sociedad entera, es un especie de chupahuevismo que se arraiga en una educación en la que se enseñan más oraciones que buenas maneras.

Nos interesaremos en un próximo trabajo a la vida nocturna y a los locales bailables.