miércoles, 15 de septiembre de 2010

Tacita en otoño

Pasaban las luces y las cruces. Cada dos luces, una cruz. A veces, una luz y una cruz al mismo tiempo. Otras veces, una cruz sin luces. Era un desfile automático y desorganizado.

De donde estaba, no podía ver todas las cruces. Pero las adivinaba. O más bien, estaba jugando a adivinarlas. De esa forma pasaba el tiempo.


Afuera, el otoño pegaba piñas heladas y ya se había apagado el sol de la tarde desde hace rato.


Una voz monótona salía de un lugar que no podía distinguir. Acompañaba las luces y las cruces. Parecía que las había acompañado siempre.


Las luces, las cruces y la voz invadían mi mente. Sentía que mis párpados se hacían cada vez más pesados.


Pedí otro café al dueño.


Estaba sentado en la Tacita. El televisor seguía con su triste monólogo. A través del vidrio, los autos desfilaban y la gente se persignaba.