lunes, 26 de septiembre de 2011

Punto de vista o vista a partir de un punto: complejos y 4x4


Los complejos de inferioridad se curan con cosas grandes” decía el vecino de mi tía, un psicoanalista freudiano-fiambrero respetado por toda la cuadra por su sabiduría y su exactitud en cuanto a los tratamientos de los problemas gástricos.

Me acordé de esta frase durante un paseo por el centro de la ciudad. Estaba bucólicamente andando sobre mi fiel bicicleta cuando un 4x4 del tamaño de un colectivo me tocó la bocina. Sorprendido por esta falta completa de educación, seguí mi camino sin dar importancia a ese bocinazo vulgar e impertinente. Algunos segundos más tarde, otro bocinazo, y otro más, y una salva de bocinazos, el uno más insultante que el otro. Bajé mi velocidad y me paré al lado de la vereda, en el cordón cuneta. El conductor aprovechó mi maniobra para adelantarse. Al pasar a mi altura abrió su ventanilla y me preguntó si no hubiera podido acercarme a la vereda antes para que pudiese pasar y así poder llegar a horario a su partido de paddle. Me quedé boquiabierto y lo miré alejarse entre el tráfico y los transeúntes.

Al volver a la casa, empecé a reflexionar sobre lo ocurrido. ¿Para qué tener una camioneta tan grande para andar por el centro de la ciudad? ¿Qué necesidades tiene uno de poseer tal maquina si vive por zonas asfaltadas? ¿Por qué no preferir un auto que consume menos y más fácil de estacionar?

Más allá de las razones estéticas, económicas o prácticas, la compra de un 4x4 releva, en la mayoría de los casos, del complejo de inferioridad crónico. No hace falta poseer amplios estudios psicológicos para poder analizar las razones que incitan a tal compra. En efecto, si nos ponemos a observar de manera científica el padrón de la población que se desplaza en 4x4, encontraremos un número significativo de padres de familias acomodadas, con problemas de sobrepeso, adictos a las chombas rosadas Lacoste, adornados por la tradicional boina y masticando coca mientras susurran un air de Los Nocheros o de otra banda chillona parecida. Estos hombres son víctimas de un complejo de inferioridad y encuentran en el tamaño de sus autos, una forma material de exponer a todas las miradas, su virilidad. Y cuanto más grande es el tamaño de la camioneta, más importante es el complejo. Ciertos van hasta considerar el 4x4 como una prolongación de sus partes genitales. Esta manifestación extrema se conoce como Pijotuditis Toyotis.

Se podría ampliar el estudio focalizándose en los hijos de los sujetos anteriores. En efecto, si los barrigones cuarentones lustran su virilidad durante los días hábiles, los adolescentes aprovechan el descanso de sus progenitores durante el fin de semana para usar el auto familiar. Cabe señalar que el uso que hacen estos jóvenes del automóvil, se aleja del propósito inconsciente de sus padres. Consideran a la maquina como una herramienta fundamental de las salidas nocheras. Más allá del simple hecho de transportarlos desde un punto A hasta un punto B, es su mayor argumento para impresionar a los grupos de adolescentes del otro sexo. El ritual amoroso se realiza gracias a dos técnicas de acercamiento: los círculos repetidos y los gritos de seducción. En efecto, en un primer momento, los machos presentes en los asientos de la camioneta dan vueltas alrededor de los lugares de ocio a fin de encontrar a un grupo de hembras dispuestas a coquetear con ellos. A veces, como la reiteración de los círculos motorizados no basta a atraer a las hembras distraídas, utilizan una herramienta vieja como el mundo: el ruido, o más bien en este caso, la música. Invierno como verano, van con las ventanillas abiertas llamando la atención de las hembras gracias a un ritmo enfermizo. Además de llamar la atención, esta técnica les permite demostrar a las hembras que son insensibles a las condiciones climáticas extremas. En un segundo momento, cuando hayan conseguido que las hembras se acerquen, comienza la etapa de la seducción. Gracias a técnicas ancestrales de justas poéticas que se transmiten de padre a hijo, intentarán uno tras otro quedarse con los favores de una de las hembras. Ahí, dos desenlaces posibles: encantadas por las alabanzas hechas a sus cuerpos, se suben al auto o, ultrajadas por la actitud ligera de tono de los machos, siguen su camino. Un estudio reciente publicado en el suplemento del diario El Tribuno y titulado “Los adolescentes y la castidad: comportamientos y usos de los jóvenes frente a la lujuria dentro del marco parroquial” indica que, en tal situación, el 93% de las chicas interrogadas prefieren seguir su ruta y toquetearse solas en sus camas.

Los machos en bolas, para encontrar algún tipo de consolación, acuden a lugares bien conocidos por los que fracasaron en la gran empresa de la seducción. Ahí, se juntan con otros machos a comer altas dosis de grasa y a comparar el tamaño de los parlantes de sus automóviles. Algunos mandamases de la psicología del adolescente bautizaron tales actitudes nocturnas Huevonitis Agudis.

Gracias al análisis científico que desarrollamos anteriormente, llegamos a una conclusión unánime y perspicaz. En efecto, el estudio que llevamos a cabo de forma brillante nos permite afirmar que existe un vínculo afectivo y a la vez psicológico entre el hombre y la camioneta. Así como lo demostramos, la relación hombre/maquina varía según el padrón de edad pero viene siempre a contrarrestar un complejo de inferioridad, que éste sea físico, psicológico o simplemente de tamaño.
Nos interesamos en un próximo trabajo al recrudecimiento de los celulares equipados de radio, de reproductor MP3 o de cualquier otro aparato produciendo ruidos innecesarios.