sábado, 22 de mayo de 2010

Sinfonía

Hace un par de semanas asistí a un concierto, perdón, a un recital de la Orquesta Sinfónica de Salta en el maravilloso Teatro Provincial.

Por cierto, no sé mucho de esas cosas. Pero soy curioso. Algunos habrán pensado que la primera parte era más orgánica que la primera o habrán sabido apreciar las notas líricas de las violas durante el allegro con fuoco. En cuanto a mí, encontré esa música muy "bailable". Cuando digo "bailable", no se imaginen cosas. Tampoco agarré de la mano a la señora de la butaca de la lado para lanzarnos en un vals exaltado. No. Sólo que, sin darme cuenta, me pie derecho batía el ritmo. Eso es lo quería decir por "bailable".


No voy a caer en elogios comunes ni hablar de la pureza del sonido. No es el tema acá y además sería bien incapaz de hacerlo.


De hecho, lo que me sorprendió durante este recital, excepto la nerviosidad enfermiza del director de la Orquesta, fue el olor que flotaba en el aire.


Un olor díficil de describir.
Un olor que ni Grenouille hubiera podido distinguir.
Un olor que sólo yo podía notar.
Un olor a cuero, a perfumes franceses truchos, a pastos bien cortados, a la misa de los domingos, a charlas falsas y a cabellos teñidos.
Un olor...

En pocas palabras, olía a derecha.